ELVIRA LINDO

«Yo escribo literatura, no escribo libros para franjas de edades.»







¿Recuerdas la serie de libros de Manolito Gafotas? ¿Aquellas divertidas historias del niño madrileño que vivía en el barrio de Carabanchel (Alto)? La mano que trabajaba tras cada una de las frases de este personaje es Elvira Lindo, una gaditana muy cosmopolita que comenzó su carrera como locutora en RNE. Tras el éxito de su personaje más famoso (nacido en la radio), Manolito, no sólo ha dedicado su vida a la novela, sino que ha escrito guiones para cine, teatro e, incluso, ha trabajado como actriz. Podemos leer sus columnas semanales en EL PAIS. Desde 2004, vive a caballo entre Madrid y Nueva York.



-Una cuenta historias nace en Cádiz un 23 de enero de 1962. ¿Cuándo y por qué decide esa niña que estudiará periodismo en Madrid?
No decidí nada porque pasé muy poco tiempo en Cádiz, nos mudamos un montón de veces de domicilio, de ciudad, de pueblo… Llegué a Madrid a los 12 años y tenía la vocación vaga de escribir. Empecé a estudiar periodismo casi por descarte de otras profesiones, o porque era la que más se podía parecer a lo que yo quería. En todo ese proceso yo creo que todavía no había empezado a tomar grandes decisiones.

– Trabajaste en la radio, al mismo tiempo que estabas estudiando la carrera…
Sí, empecé a los 19 años. Creo que eso fue lo que definitivamente cambió mi vida. Muchas de las cosas que me han pasado han sido consecuencia de haber aceptado ese trabajo. Por aquel entonces era un Taller de Radio, lo que ahora sería una especie de prácticas. Después de acabar esos seis meses, me reenganché y ya me quedé.

-Inicialmente, en la radio, hacías un poco de todo. Sin embargo, ¿con la locución de tus propios guiones o buscando a locutores que contasen tus historias, era cuando más disfrutabas?
He disfrutado de muchas cosas en la radio: haciendo entrevistas, presentando mi propio programa…  Lo de los guiones fue un poco azaroso. De pronto, necesitaban a alguien que escribiese un guión para algo en concreto, lo hacías y, de repente, en muy poco tiempo, te convertías en la persona que escribías. A fuerza de repetir me fui haciendo con el oficio.

-Uno de los personajes de tus guiones radiofónicos era Manolito…
Sí, bueno. Manolito era algo más dentro de los muchísimos trabajos que yo desempeñaba.

-En el momento en el que escribías estos guiones, no sólo tenías a Manolito sino que, además, contabas con un gran abanico de personajes…
Sí, pero además hacía otras cosas: entrevistas para un programa, escribir guiones para un locutor, sketch que adornasen los programas y sirviesen de entretenimiento… Empecé haciéndolo porque yo quería y, al final, acabaron pidiéndomelo. Pero no era mi trabajo principal. Me gustaba crear historias cómicas para la radio. Creé a muchos personajes de los que ya ni me acuerdo.

-¿Por qué crees que fue Manolito el personaje que más triunfó?
Porque está hecho en primera persona, yo le ponía la voz…  Al principio nos gustaba a nosotros, a los que hacíamos el programa. Luego le gustó a la directora de Radio Cadena y continué con esos monólogos. Todo fue muy poco a poco. La gente empezó a seguirlo masivamente mucho después.

-Tras años de historias radiofónicas de Manolito, tu marido Antonio Muñoz Molina, también escritor, te anima a que conviertas a este niño en un personaje literario…
Fue él y Juan Cruz, escritor y periodista, quienes me dijeron que era una pena que esas historias de la radio no se fijaran en algún sitio, que no se escribieran. Porque la radio es un medio maravilloso pero es algo que ocurre en el presente, que no se mantiene. Durante un largo período de tiempo decidí dejar todos mis trabajos como guionista en la radio y en la televisión y quedarme en casa a escribir.

-¿Qué es lo más difícil de transformar ese personaje radiofónico en un personaje literario?
Bueno, yo tenía los guiones de la radio escritos, pero los guiones sólo me servían como hilo argumental. Yo ya conocía muy bien cómo era el personaje, así que no tenía que descubrirlo, no tenía que crearlo. Pero el lenguaje literario es completamente distinto. Yo creo que fue, probablemente, una de las cosas con las que yo más disfrute: enfrentarme de pronto a crear ese personaje para un libro.

-¿Cómo se consigue conectar con un niño? ¿Cómo se consigue escribir para él?
Nunca he intentado camelarme ni conquistar a un niño, no he intentado gustar. Yo lo he hecho siendo fiel a la voz del personaje y contando lo que a mí me hacía gracia. Es decir, yo soy la primera lectora del libro. Lo que a mí no me hace gracia, no me gusta, no me enternece o no me conmueve, no me vale. Con lo cual, no estoy pensando en el posible lector, sino que estoy pensando en mí directamente.

-Ahora que la etapa Manolito te queda un poco más lejos, ¿qué es lo mejor que te llevas de ese período?
Probablemente la pasión que muchos lectores sintieron por el personaje y siguen sintiendo. Fue y ha sido una pasión, en algunos casos, internacional. En algunos países ha ido mejor, en otros peor. El otro día me llegó la carta de una chica iraní -porque en Irán el personaje del libro es muy popular-  y me decía que gracias al personaje había aprendido español. Cuando empecé a escribir el personaje, mucha gente que hace crítica literaria, decía que era un personaje muy local. Lo es, verdaderamente, pero los personajes locales pueden cruzar fronteras, muchas veces, casi con más facilidad que los más cosmopolitas o internacionales. Es un personaje y un humor que se ha entendido en muchos sitios. Son libros humorísticos, no creo que tengan edad.

-Más tarde, aunque lo compaginabas escribiendo aún libros infantiles (la serie de libros de Olivia, el resto de libros de Manolito, “Amigos del alma”, “El Bolinga”…) comienzas a escribir libros para adultos, ¿qué provoca ese cambio?
Yo nunca escribí pensando en un lector. Quería contar una historia y lo hacía de forma natural. Yo no pensé “he estado escribiendo libros para niños y ahora voy a escribir libros para adultos”. Eso son categorías que ponen los demás. Yo no adaptaba el lenguaje, eso sería más pedagógico que literario. Yo escribo literatura, no escribo libros para franjas de edades. Todo lo hago con la misma pasión y el mismo afán de crear personajes y situaciones. No pienso en si van a ser entendidos o no. Yo me dedico a identificarme con los personajes y a ser fiel con la voz que ellos tienen.

-Además, has escrito guiones cinematográficos basados en Manolito, otros basados en tus propias ideas originales, incluso algún guión basado en una de las novelas de tu marido… ¿Qué conexión existe entre la literatura y el cine?
Es una manera diferente de contar historias. Para el cine tienes que tener una imaginación muy visual. Pero lo que buscas es lo mismo: contar una historia, provocar emociones. Yo no creo que fuera difícil para cualquier escritor escribir para el cine. Pero el proceso en el cine es completamente distinto porque tienes que ir cambiando un guión que, hasta que no empieza el rodaje, se puede estar modificando. Y yo no creo que todos los escritores tengan ese carácter especial para poder soportar tantas correcciones sobre un texto tuyo. No sólo hay que tener paciencia, sino cierta manga ancha, cierta humildad… tú no puedes entregar un guión y decir “hasta aquí”.

-Al mismo tiempo, has estado escribiendo columnas para EL PAÍS. De hecho, todos los agostos durante cinco años estuviste escribiendo diariamente para ese periódico. ¿Cómo se consigue no aborrecer al lector y ser original cada día?
Es muy difícil. Fueron 5 agostos de mi vida entregada completamente, porque era pura comedia. De las cosas más difíciles que he hecho porque era un artículo diario… ¡Horrible! Fue muy popular en su momento, pero bueno, una experiencia para pensársela a partir del quinto año. No podía pensar en tener otro agosto como ésos.

-Uno de tus últimos libros “Lugares que no quiero compartir con nadie”, es una novela autobiográfica en la que hablas de aquellos sitios que, durante el tiempo que llevas viviendo en Nueva York, se han convertido en especiales. ¿Cuándo te despediste de Madrid para realizar el traslado más importante de tu vida?
Bueno, de Madrid no me he despedido nunca. Paso seis meses en Madrid y el resto en Nueva York. Me vine aquí en 2004 a vivir porque mi marido empezó a ser director del Instituto Cervantes en Nueva York, pero eso sólo fue durante dos años. A partir de entonces decidimos pasar una parte del año aquí. Estábamos ya muy familiarizados con esta ciudad. Y ahora forma parte de mi vida y llevo una vida tan normal como la que llevo en Madrid. Eso es lo que yo quería contar en el libro: el diario de una persona que lleva ya un tiempo viviendo en Nueva York.

-¿Qué fue lo más duro del traslado?
No conocer a nadie, la soledad… Es lógico, te vas a otro mundo. Pero esa dureza duró sobre todo los dos primeros años, luego poco a poco ya fue una adaptación, incluso hasta a la propia soledad. Este no es un mundo tan social como España. Son anglosajones, no tienen el mismo carácter mediterráneo.

-Una vez dijiste en una entrevista “mirar a tu país desde fuera también enseña”. ¿Cómo se ve España, actualmente, desde fuera? ¿Cómo la ves tú?
Yo no sé si la puedo ver desde fuera porque la tengo muy presente, dados todos los acontecimientos que están ocurriendo. Lo vivo a diario y lo sigo con mucha preocupación. Vivir fuera amplió eso que para mí es como el músculo de la tolerancia. Tú estás conviviendo con gente que es muy diferente a ti, en un sitio muy cosmopolita donde hay mil culturas, mil religiones, etc. y que, de alguna manera, funciona. Aunque a nosotros no nos lo parezca, los españoles estamos muy apegados a nuestras costumbres, somos casi de una sola forma de ser  y de pensar. Vivir en un sitio como este, que también es un sitio especial dentro de los Estados Unidos, me ha permitido ser más tolerante. Pero eso con respecto a lo que ha supuesto como cambio personal para mí. Pero con respecto a la crisis que se está viviendo ahora, da igual que estés aquí o que estés allí. Yo conozco a mucha gente que está trabajando fuera y, todo el mundo, está pensando en España continuamente, a veces con cierta angustia.

-Actualmente podemos continuar leyéndote en EL PAÍS pero, ¿hay algo más en lo que estés trabajando?
Escribí una película que se ha rodado hace un mes aquí en Nueva York. Supongo que estará lista para el otoño invierno próximos. Además, ahora quiero ponerme a escribir una novela.

-¿Se puede adelantar algo?
No. Prefiero mejor no hablar (risas).

-Esperaremos, entonces. ¿Queda algún sueño aún por cumplir o un reto futuro?
Cada libro que haces, cada cosa que escribes, incluso cada artículo. Yo creo que te tienes que dejar la piel en ello. Es un trabajo tenso, poco rutinario. Por lo tanto, a mí me hace falta tener muchas rutinas en mi vida diaria para poder soportar este trabajo. Es decir, una vida más o menos de costumbres para poder soportar esa tensión que conlleva el mostrarte cada semana en el periódico o el abordar una novela nueva. Necesitas cierta tranquilidad de espíritu, porque es un trabajo en el que pocas veces se está tranquilo, pocas veces sientes que has conseguido algo. Siempre estás con una especie de desasosiego que no se cura nunca.

-Finalizando… ¿cuál es el mejor consejo que te han dado?
“No des demasiadas explicaciones de lo que haces”. Las explicaciones a veces suenan como a disculpas. Lo hecho, hecho está y creo que no hay por qué desmenuzarlo o explicarlo tanto. Tampoco el autor tiene que dar demasiadas explicaciones de por qué hizo esto u otro. Eso me ha pasado a mí muchas veces porque me dedicaba al humor. A veces trataba de justificarme por un género que mucha gente considera menor. El no dar demasiadas explicaciones me pareció un buen consejo porque es una forma de decir “respeta tu propio trabajo”.

-¿Y el que tú darías a la juventud española?
Bueno, es que cada joven… yo me niego muchas veces a hablar tan en general, no me gusta hablar en esos términos porque seguramente tú te pareces muy poco a otras personas de tu generación. Yo sé que hay jóvenes que se enfrentan a un momento difícil. Y sobre todo por esa sensación de falta de futuro o de que van a vivir peor que la generación de sus padres. No me parecería un problema que la gente tuviera que, en un futuro y cuando la crisis sea menos hiriente que ahora, aceptar que somos un país más humilde de lo que pensábamos que éramos. Pero esa aceptación no tiene nada que ver con la vocación, no tiene nada que ver con los anhelos de cada joven, no tiene nada que ver con tratar de perseguir un sueño… Es decir, que yo no creo que haya que renunciar a todas esas cosas. Pienso que todo el mundo tiene derecho igual que nosotros lo tuvimos, a realizar aquello que le gusta. Creo que es una aspiración que jamás hay que abandonar. Hay que luchar por ella.

-Gracias, Elvira.

13/05/13
Noemí Carnicero Sans





Ha sido un auténtico placer poder realizar esta entrevista a una de las personas que ayudó a que imaginación se disparase, un poco más, cuando aún aprendía a multiplicar. No sólo es admirable por su trabajo, sino por su capacidad de agarrar la vida con entusiasmo y optimismo, esas palabras con las que tanto pretende identificarse este blog. Además, debo destacar el hecho de que Elvira encontrase un hueco, desde Nueva York y con la dificultad añadida de la diferencia horaria, para realizar la entrevista por videoconferencia. 


Si queréis saber más sobre ella, leer alguno de sus artículos o repasar los libros que ha publicado:


http://elpais.com/autor/elvira_lindo/a/


http://www.elviralindo.com/

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