«Formas ejemplares de querer.»

Atento, que en el mejor de los casos –cuando tu mecanismo de defensa baje la guardia- te das por aludido.
Ay, infiel… si yo te pillara.

Tú, que has creado un falso recuerdo en la vida de quien ignora lo que haces o aquello que hiciste. Tú que, confesándole tus pecados, vas generando traumas e inseguridades donde nunca, en otras condiciones, hubieran existido. Tú que como moneda de cambio a lo más sincero que alguien te entrega, devuelves billetes de tres euros. Tú, que no sólo eres falso con ellas, sino que lo eres contigo mismo.

Soluciona tus problemas de autoestima para no cargarte las ajenas. Que los corazones maduren tras rupturas sanas, no tras injusticias. Y es que tras la mayoría de infidelidades se esconde un cobarde disfrazado de narcisista. Un saco de inseguridades enmascaradas por un ego tan exagerado que se olvida de salir de casa sin su dosis esencial de empatía. Tras este tipo de personajes vive la frustración anticipada de quien no cree merecer lo que desea.

Así es, pequeño mentiroso. Así es como te vas conformando con la vida. Así es como vas jugando a ser la parte principal de una relación en la que aseguras ser tú la parte independiente. Tú, que aceptas de compañera a una persona que pueda estar a tu lado de forma incondicional. Tú, que eres el más dependiente de los dos. ¡Pero qué bien disimulas!

Te acercas a quienes, de forma inconsciente, intuyes más débiles que tú. Es el modo en el que te defiendes. Y es que necesitas a alguien que no consiga dañar más de lo que ya lo está tu vulnerabilidad. ¡Que no te hagan daño mientras se te escapa ser quien eres! Necesitas la estabilidad de la fórmula “yo te quiero, tú me amas”. Pero es que tú  ni si quiera la quieres, sólo estás bien con ella. Porque ella es uno de los pilares estables de tu vida, porque ella va a estar allí, queriéndote. Bueno… queriendo aquello que cree que eres. Y tú, que en absoluto estás enamorado, irás buscando en otros revolcones aquellos retales de autoestima que se fueron perdiendo por el camino de tu vida.

Y a base de ir repitiendo este “modus operandi”, alejándote de la parte más natural y sincera de ti, vas perdiendo toda la empatía que, aunque poca, te quedaba. Te acostumbras a los remordimientos. Al principio escocían, pero después se transforman en una leve molestia con la que puedes llegar a convivir. Ser infiel se convierte en una droga. Si no vas a la par (en el mejor de los casos), te sientes peligrosamente incompleto. El mejor modo que conoces de protegerte es desprotegiendo a quien te quiere. Pero, aunque lo ignores, a quien realmente acabas perjudicando, es a ti mismo. Espera, a ver qué sucede a la larga.

¡Ay de ti, pequeño mentiroso! Pero tranquilo, respira. Tú no representas el único perfil de persona infiel, no. Siéntate y lee, que los siguientes, aunque se parecen a ti, llevan consigo unas leves diferencias.

Existen otros como, por ejemplo, el infiel que en algún momento estuvo realmente enamorado de su pareja. Sí. Aquel que, por aburrimiento, por monotonía, por descuidar progresivamente la relación más importante de su vida, acaba buscando en otros labios la pasión que un día encontró en la de su parienta. Este machote se diferencia del anterior en que, el elemento más destacable del primero era su falta de autoestima, en este, la característica más importante, es su falta de pelotas. ¡Esas pelotillas que, a veces, son tan necesarias en la vida para marcar un antes y un después en ella! Ese valor que, al dividirse en dos, perdió todo su sentido.

Y es que señor… No me importa de quién fue la culpa. Quizás fue tu pareja la que descuidó la relación, la que dejó de emocionarse con tus detalles, la que dejó que la pasión te pareciera encajar mejor en las películas de ciencia ficción que en las románticas. Quizás, quizás, quizás… quizás fuiste tú, quizás fuisteis los dos. El hecho es que se te olvidó la diferencia entre motivo y justificación. Sí, en ese momento en el que le contabas que le habías sido infiel. Aquel momento en el que intentabas que esas dos palabras fueran sinónimas para que la justificación perdonase tus motivos y tus motivos encontrasen justificación.

¡Ay, dónde quedó el valor! El valor de sentarse y hablar, de decidir sobre un futuro incierto, de terminar las cosas de la mejor forma posible. Pero, si recordáis, ya dije que todos los tipos de infieles tienen algo en común. En este caso, éste, conserva parte de la inseguridad y de falta de autoestima del primero. También necesita estabilidad en su vida, pilares incondicionales. Y qué mejor pilar que la persona que le ha acompañado durante tanto tiempo en ese largo recorrido. Si pueden mantenerse unidos a pesar de haber perdido lo básico en cualquier la relación (el respeto), qué importa no volver a recuperar el amor de antaño… la estabilidad es suficiente. Y es que mejor solo que mal acompañado, ¿no? ¡Ay, que no era así! Mejor mal acompañado que solo… ¿O era, más vale malo conocido que bueno por conocer? Bah, da lo mismo. Cobardes.

Y, después, estás tú. El que engaña por venganza. Aquel que va acumulando rencores en su relación y decide estropearla del todo acostumbrándose a las infidelidades. Ojo, a las propias y a las ajenas. Aquel que cree tener una relación especial por ir superando y perdonando cada situación en la que se encontraba una tercera persona. Una relación única, una relación reforzada a base de perfumes desconocidos. Tú, ingenuo que decides montarte esta paja mental para no analizar lo que hay más allá. Actitudes inmaduras y patéticas, porcentajes a la par de elevados en ambos adjetivos.

Y seguiría, seguiría definiendo diferentes perfiles porque, al fin y al cabo, cada pareja es un mundo (un mundo: a veces de tres, de cuatro, de cinco…). Y es que cada historia tiene sus peculiaridades. Sus motivos, sus justificaciones, sus “si no lo has vivido no puedes entenderlo”, sus “verlo desde fuera es muy distinto”. Y, seguramente, tengan razón.

Sin embargo, entre justificaciones o explicaciones con las que soy incapaz de empatizar te aseguro, pequeño infiel, que tras una pareja sanamente enamorada difícilmente se esconderán terceras personas.

Difícilmente necesitarás defenderte de un “por qué lo hiciste”.

Y es que no habrá nada que hayas hecho que lleve implícito, en una pregunta, ese tipo de «por qué».



Noemí Carnicero Sans.


PD: El sexo al que va dirigido este texto es perfectamente intercambiable. Sin embargo, por estadística e historias cercanas a mí, me resultaba más fácil enfocarlo de este modo. Subrayo explícitamente que los textos que escribo y publico sólo reflejan mi opinión.

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