“Sólo podía ofrecerle consejos, una mercancía tan inservible que en cualquier sitio te la dan gratis.” LA REINA SIN ESPEJO. (LORENZO SILVA)
Eso es lo que vengo regalándote yo continuamente. Consejos gratuitos tan inservibles como el trozo de papel que te da un gurú a la salida del metro y que, tras leer su primera línea, no dudas ni una milésima de segundo en decidir que el mejor sitio para ese trozo de mentira es el fondo de la primera papelera que se cruce en tu camino.
Así son mis consejos. Inservibles para quienes no crean en ellos, inútiles para quienes se los tomen como una sencilla lectura capaz de dibujarles un par de sonrisas en cuatro minutos. Inoportunos para quienes esas palabras escuezan e, indignantes, si cabe, para quienes creen que intento ser ejemplo para los demás.
Mis textos, no son consejos para los demás. No. Son autoterapia para mí. Son chutes de optimismo que necesito con la misma intensidad que tú. Porque yo no soy ejemplo, sino intento. Y, en el intento, comparto.
Y en cada texto que comparto mi primer objetivo es dibujar una sonrisa en tu cara. Porque una sonrisa es un gesto que precede a una actitud y que señala una intención. Y, mi último propósito, es cerrar una publicación con una reflexión compartida que te tiente a abandonar las excusas. Y es que éstas, acompañan la mentalidad del “puedo pero no quiero”, y disfrazan la vagancia con autocompasión.
Y es que no existe nadie mejor que tú mismo para saber qué te conviene, qué calmará tus ansiedades y qué conseguirá desdibujar tus disgustos. Cualquier intento ajeno y desconocido por hacerte más feliz no son más que meras ayudas subjetivas y recordatorios obligatorios. Porque todos vivimos momentos en los que ponemos en duda hasta nuestra propia sombra, momentos en los que se nos acaba la paciencia con nosotros mismos. Esos días en los que estás insoportable y no te aguantas ni tú, esos días en los que, por cierto, no está de más que algo o alguien te recuerde que vales la pena.
Y es que, a veces, los consejos gratuitos, son hasta bienvenidos. Sobre todo cuando se intuyen sus intenciones, cuando te identificas con el contenido y cuando sabes que éste mismo consejo podría haber salido de tu boca, porque tú piensas igual. Sin embargo, los aceptas de buena gana porque aparecen en un momento oportuno en el que no te viene mal que esa frase active una alarma en tu cabeza que te permita recordar que, ojo, hay algo por lo que trabajar, algo por lo que mejorar alguna faceta de tu vida o, lo que es lo mismo, de tu estado de ánimo.
Ninguno de nosotros es perfecto, ninguno de los presentes tiene ni ha tenido la verdad absoluta en su mano, ninguno puede ofrecerte un consejo universal apto para todos y para todas las circunstancias.
Ni yo soy quién para decirte qué debes hacer con tu vida, ni tú eres quién para tomarme tan en serio. Porque, por suerte o por desgracia, no estoy contigo las 24 horas del día para saber cómo te sientes y qué necesitas, para saber de quién te has enamorado y por qué, para saber quién te hizo llorar y cómo lo consiguió. No. Por desgracia no te conozco tanto como para tomarme ciertas licencias e imponerte un estado de ánimo sin conocer cuál ha sido el precedente.
Verás, un consejo puede darlo cualquiera. Pero cada vez que lo hagas, intenta advertir lo que haces desde la subjetividad de tu experiencia personal, pretendiendo ser un dato más y no una conclusión. Recordando que no eres ejemplo de ninguna verdad absoluta, sino únicamente ejemplo, causa y consecuencia de lo que tú has tenido la oportunidad, suerte o desgracia de vivir.
Y sé consciente de que aquel que aceptará y saldrá satisfecho con tus consejos será quien previamente encaje contigo por esos mismos valores e ideales, anhelos o pasiones. Y estará satisfecho porque habrás expresado de la mejor forma posible aquello que se le estaba olvidando, llegando como un soplo de aire fresco rebosante de cambio y oportunidad.
Por eso, cada vez que lo intentes, cada vez que los des, hazlo con la mejor de tus intenciones. Porque, a veces, hay quienes regalan consejos a quienes acaban pagándolos muy caros.
Noemí Carnicero Sans