Ven aquí.
Pero sin detenerte. Despójate de tus dudas, que yo desnudaré tus miedos. Si me permites, voy a arrancarte a mordiscos todas esas cicatrices que han dañado tu espíritu. Besemos nuestras imaginaciones, toquemos nuestros deseos. Deja que mis labios le susurren a la intranquilidad que acecha cada uno de tus días, que mis ojos te conviertan en protagonista, que mis manos recojan todo el daño que te han hecho.
Pero ven aquí.
Porque voy a recorrer cada esquina de tu cuerpo. Desde tu primer suspiro consciente cada amanecer hasta tu última respiración acelerada en la cama. Permíteme regalarte confianza. Pero así, sin intereses. No vaya a ser que continúes endeudándote más. Ya sé que por esos falsos impostores terminaste hipotecando tu alma.
Esta vez, es diferente.
Quiero alquilar un espacio pequeñito. Y lo quiero hacer por horas. Sí. Quiero estar contigo durante los momentos más especiales del día. Ésos en los que te va a ser difícil olvidarme. Por eso, te compro por instantes a contrarreloj aquello que sientas cada mañana. Quiero ser el principal testigo desde el cojín de tu cama. Quiero formar parte de la elección del desayuno y también de la despedida que dediques a quien pueda echarte de menos antes de ir a trabajar.
Además, me pido la noche.
Aunque muchos otros te prometan propina. Aunque muchos otros aseguren no necesitar pagar fianza porque no van a estropear nada. ¡Ay! ¿Cuántos estropearon lo más importante de ti? Por eso, no confíes de nuevo en ellos. Son malos tipos. Conmigo, será diferente.
Por eso, me pido la noche.
Sí. Me pido ese momento en el que vuelvas del trabajo, con verborrea, con mil historias que contar. Agotada, triste, enfadada, satisfecha. Me dará igual. Antes de alquilar los mejores momentos de tus días, me comprometí con la paciencia. Y yo, soy de aquellos que cumple sus promesas.
Me fascina.
Me fascina imaginarte en pijama, cocinando lo poco que sabes y demostrando lo mucho que eres. Tumbada en el sofá, viendo una y otra vez lo mismo. Y, que conste, que alquilo porque aún no me dejas comprar. Porque aún no te fías de mí.
Por último.
Por último alquilo el último momento del día. Aquel en el que te debatas entre las olas de la conciencia y el sueño. Aquel en el que dejes de ser tú y, sin embargo, seas más auténtica que nunca.
Y no. No sólo quiero alquilar esos momentos, sino que quiero alquilarte a ti. Pero un alquiler de los que son para siempre. No me hace falta comprarte. Prefiero que experimentes la apasionada libertad que siempre has deseado sentir.
Tampoco es necesario que tú me compres a mí. Estaré unos cuantos días en modo prueba. Podrás usarme, sin compromiso. Podrás comprobar cuánto valgo y si merezco lo que puedes pagar. Y, si te convenzo, podemos alquilarnos para siempre.
Y, tranquila. Te repito: no hace falta que me compres. No voy a hipotecarte de nuevo. No vaya a ser que, otra vez, te deshaucien de lo que más quieres:
Tú misma.
Noemi Carnicero Sans
Excelso.
Precioso. Me encanta la idea del "alquiler" como una forma de darse en el amor sin salir de uno mismo. Felicidades