Y así fue como acontecieron las cosas. Así fue como me acostumbré a las sensaciones para las que nunca me habían preparado. Mi mejor maestro fuiste tú que, aún sin escucharte, sabía que estabas ahí, con lo primero que la naturaleza decidió regalarte: un corazón. Un corazón que iba a representar la esencia de lo que eres. Con unas lentas pulsaciones pero que, sin embargo, iban a revolucionar las de quienes pudieran compartir, más adelante, la mejor de tus sonrisas. Y es que pasaron semanas hasta que logré escucharte. Pero cuando lo hice, fui consciente de que ibas a cambiarlo todo.
Entendí que en cada uno de mis dolores tú estabas presente. Entendí que tu forma de manifestarte era a través de mis síntomas, y entendí que aquellas dos rayas, iban en serio. Entendí que “haberte decidido” no se trataba de un capricho pasajero, y que decidiéndote a ti, había decidido lo que, a partir de ese momento, iba a significar gran parte de mi vida: la tuya.
Fue entonces cuando las cosas empezaron a sucederse rápido. Desarrollaste dos puntitos negros que, más adelante, iban a ser los grandes focos del escenario de mis días. Empezaste a pesarme, y empecé a darme cuenta de que la teoría se estaba convirtiendo en práctica, y que cada manual se estaba volviendo realidad. Y es que hasta lo que entonces había sido una intuición, se acababa de convertir en sensación.
Me contaron que poco a poco iban formándose tus músculos, oídos y las primeras células nerviosas de tu cerebro. Me contaron también que ya podías respirar a través del condón umbilical. Y ante cada novedad en tu desarrollo, era incapaz de contener las lágrimas. Éramos dos corazones latiendo en un mismo cuerpo, y todas las esperanzas de uno, estaban puestas en el otro. Pude ver cómo podías abrir y cerrar tu boquita, y también cómo tu cerebro iba tomando forma. Vi además un amago de lo que serían, en un futuro, esos deditos de los pies que iba a morder continuamente con dulzura, y esas pequeñas extremidades que, de tus manos, iban a salir para que yo un día las besase a todas horas.
Después sentí lo que, años más tarde, se convertiría en la confirmación de que esas pataditas no eran las de un feto cualquiera. Ibas a ser un buen futbolista. Sentía parte de tu fuerza, sentía vitalidad y sentía, cada mes, mayor felicidad que el anterior. Porque a pesar de los síntomas, el cogerte entre mis brazos iba a valer todo el malestar del mundo.
Y cada vez que estaba cansada, aprovechaba para soñarte. Me dijeron que, por aquel entonces, ya eras capaz de sentir muchas de las cosas que sucedían a tu alrededor. No sólo prestabas atención a mi interior, sino que empezabas a desarrollar el cotilla que más tarde me iba a demostrar que la curiosidad era la mejor forma de crecer. Ya te estabas moviendo, y yo decidí estimularte aún más. Hablaba contigo y te cantaba con ternura. Nunca algo tan pequeño pudo provocar una emoción tan grande.
Tu posición ya era la misma en la que iba a dejarte descansando unos meses más tarde día sí, noche también. Podía verte desde la pantalla, desde la cual el doctor me guiaba en el proceso de identificación de cada una de las partes de tu cuerpo, presentándonos de nuevo, presentándome cada uno de tus cambios. Parecías en paz con el mundo, y lo único que necesitabas para ello era un pulgar entre tus labios.
Y fue cuando, por fin, supe con qué terminación tendría que hablarte.
Supe tu sexo, y fue cuando decidí pintar de colores ésa noticia, el lugar de tus sueños, las cuatro paredes que protegerían una nueva vida, y las que iban a guardar los recuerdos de toda tu infancia. Tú ya estabas boca abajo, y yo, en mi vida, también. Los dos nos veíamos sumergidos en un mar de sensaciones nuevas.
Y, cuando miré el calendario, supe que el destino de mi viaje se encontraba a una sola parada. Y supe, también, que un nuevo tren me estaría esperando. Así que, con nuestro futuro entre mis piernas, empecé a preparar la maleta. Sí, ésa, la que iba a llevarme al viaje más emocionante de todos los tiempos, la que representaba la decisión de llevarte al mundo, la que significaba perder todo mi egoísmo y mi impaciencia, la que simbolizaba la diferencia entre todo lo que había vivido, y todo lo que me quedaba por vivir. Pero esta vez, a tu lado.
Así que la abrí y metí en ella los primeros pañales, tu nueva ropita y, lo más importante, todas mis esperanzas.
Las de que todo saliera bien.
Y así fue cuando, entre tu primer llanto y el mío, pude cogerte entre mis brazos. Un abrazo para el cual no han existido, existen o existirán palabras en el diccionario para conseguir explicar lo que pudo llegar a significar ese momento.
El momento en el que, como hija, acababa de convertirme en madre.
Noemí Carnicero Sans.
Que preciosidad, me encanta como pones palabras a cada sensación que estoy viviendo en las 22 semanas más importantes y felices de mi vida. Deseando que llegue el momento de tenerle entre mis brazos, pero no quiero que avance el tiempo pues cada momento es tan único y especial…. Siempre pensé que yo había nacido para ser madre y no me había equivocado, es lo más maravilloso que puede existir. Enhorabuena Noemí precioso!!!
Me ha encantado. Quedan cuatro semanas para q nazca mi niña y me ha llenado de emoción leer tu historia. Mucha suerte en tu nueva aventura
Que sepas que me has emocionado…¡ enhorabuena!
Precioso sin duda. Refleja por entero todo lo que he vivido desde que me quedé embarazada…y todo ese manantial de sensaciones que fluye cuando mi hijo nació.
QUE BELLEZA, MUY LINDO LO DICHO AQUI. NO TENGO HIJOS PERO ME ENCANTARON ESTAS PALABRAS QUE HOY SE LAS HAGO LLEGAR A UNA GRAN AMIGA QUE APENAS EMPIEZA SU MATERNIDAD.