No puedo más.

Ardo en deseos de conocerte. Es tanto el tiempo que llevo escuchando sobre ti que ha llegado el momento. Necesito hacer realidad este sueño. Necesito vivirte, emocionarme a tu lado y sentir que una parte de ti se queda conmigo.

Sé que no te fías de mí. Que has oído por ahí que no atiendo a mis raíces, que mi corporeidad suele tener fecha de caducidad y que ni los sentimientos consiguen mantenerme más de lo que algunos quisieran. Lo sé. No soy fiel a ninguno de los lugares que he pisado. Y sabes que tú, no vas a ser menos. Pero ojo, eres el único en esencia, y por esa imposibilidad de reemplazarte, cuando esté allí, no estaré pensando en ningún otro.

Pero sí. Quedas advertido. Soy del mundo.

Y ya sabes que esa es mi etiqueta. Me fabricaron entre Curiosidad y Libertad, y aquí estoy. Sentada en el tren del capitalismo y de tantas otras cosas rotas. Encadenada a todo aquello que no depende de mí y pintándome los labios con el color de la impotencia. Pero ojo, que también voy sentada en un tren en movimiento. En un tren que me acerca a todas aquellas cosas que sí puedo hacer, a todo aquello que sé que puedo cambiar. Y claro, qué voy a decirte. Siempre los cambios, empiezan por mí. Y esos cambios, nacen viajando.  Por eso, perdóname por anticipado cuando vuelva a dejarte.

Y es que tengo un vicio. Tengo el vicio del que alimenta su alma con cada uno de los lugares nuevos que visita. Tengo el vicio del que antes de irse de un sitio, ya está pensando en otro. Tengo el vicio de vivir entre un Carpe Diem presente y un nuevo sueño futuro. 

Tengo un vicio.

Y lo siento. Porque no han fabricado terapia, medicamento ni remedio. Ni los besos más dulces podrían curar esta adicción. No tengas la esperanza de que algún día pise tan fuerte tus calles que las huellas en la memoria de tu historia me impidan despedirme. Porque siempre lo hago. Y es que cada despedida me sabe a otra bienvenida. Porque cuando vuelvo, ya me estoy yendo otra vez.

Así que sí. No soy de fiar. A los únicos lugares a los que me aferro son a los huecos que las personas más importantes de mi vida dejan en mi corazón. Las personas sin las que no podría vivir. Por eso me aferro al cariño, al amor, al aprendizaje, a la fidelidad y a la lealtad que las mejores de ellas son capaces de darme. Me aferro a los vínculos, pero no establezco raíces en lugares, y a veces, lo siento.

Y es que quién sabe. 
Hoy aquí y mañana, ya veremos.

Y deberías saber que lo más importante ya no es dónde, sino con quién. Y te aseguro que las personas que llevo en la mochila a mis espaldas no consiguen pesarme. De hecho, consiguen que vuele aún más alto, más lejos, y más rápido.

Es la adicción del que viaja. Del que se atreve a tener muchas primeras veces en lugares distintos. Del que se atreve a confiar en uno mismo y en sus posibilidades. Es la adicción del que se da cuenta de que solo, aunque acompañado, también se puede. Del que aprende en cada viaje, del que se atreve a desmontar sus viejas teorías y a construir las nuevas. Es el vicio del soñador, del que va en busca de nuevas historias, aventuras y personas. Es el vicio del que nunca tiene suficiente. La adicción de quien no quiere ponerle límites al mundo. La adicción de quien, sabiéndose limitado en tiempo, no quiere limitarse en espacio.

Así que lo siento. Nos veremos una, dos o quizás muchas más veces. Pero no me pidas que me quede, ni saques de mí falsas promesas que te aseguro que no puedo cumplir. Disfrutemos del tiempo que estemos juntos, pero tendré que dejarte antes incluso de que comiences a imaginarte nuestra despedida. 

Y es que cuando ya haya pisado tus calles, cambiaré mis zapatos para pisar las de otros.

Porque allá, a la vuelta de la esquina, asoma un nuevo lugar.

Noemí Carnicero Sans.

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