-¡Sonríe un poco, hombre! –se despidió el cliente, tratando de forzar un poco las comisuras de la persona de confianza que, una vez más, le había atendido.
-No tengo motivos –contestó el “hombre”, resignado.
-Uy, entonces vamos mal. En esta vida, los motivos, te los tienes que buscar tú.
Esta es una conversación real. Una conversación cierta. Una muestra de lo que les sucede a diario a muchas de las personas que forman parte de un “primer mundo” que, en realidad, parece ser el más atrasado de todos porque se ha olvidado de lo más importante.
Lo tiene todo.
Al menos, todo lo suficiente. Y eso ya es mucho más que todo lo que tienen en otros “mundos” con los que compartimos el nuestro y en donde les cuesta sonreír la mitad.
Y es que me he dado cuenta de algo muy grave: a medida que cumplimos años, perdemos sueños. Se nos va secando la ilusión a base de no regarla. Quien me conoce sabe que estoy totalmente en contra de las infidelidades. Que para mí no existe nada peor que traicionar a alguien que te quiere. Pero estos días, y según iba pensando y caminando, me he dado cuenta de que sí que lo hay: traicionarse a uno mismo. Por eso, una vez ya hemos perdido la fe en nosotros, nos importa un comino perderla en los demás y viceversa. Vamos renunciando a sueños, a valores en los que creíamos y a la posibilidad de contestar con un “¡genial!” a un “qué tal te va”. En primer lugar, porque probablemente no sea cierto. En segundo, porque no vayas a desentonar.
Pues escuchad, yo me niego.
Si “tener los pies en el suelo” es sinónimo de ir perdiendo por el camino el derecho a ilusionarse, prefiero estamparme de vez en cuando que ir matando a diario una pizca de alegría a base de inmovilizarme por completo por miedo a caer en pleno vuelo. Y que si tengo que caer, que sea por algo que valió la pena perseguir, y no porque los miedos me bloquearon en la línea de salida.
Y si no, fijaos en los niños. El mundo les parece tan fascinante que llega un momento en que el gateo se convierte en un paseo. En los cortitos pasos que dan cuando deciden levantarse para salir a explorar. La vida les parece tan asombrosa que su único objetivo es conocerla a través de los cinco sentidos que se dan cuenta que tienen. Tocan, miran, escuchan, huelen, saborean. Y reaccionan. Reaccionan ante todos los estímulos.
¿A cuántos reaccionamos nosotros?
¿Y cuántos se nos pasan desapercibidos?
No estamos despiertos. Vivimos dormidos con los ojos abiertos y, lo que es peor aún, con más pesadillas que sueños. Así que no sé vosotros, pero yo me niego. Me niego a convertirme en uno más de esta gran manada zombie a quienes han convencido de que “hacerse mayor” es volverse gilipollas.
Yo me quedo con Peter Pan. Pero no con sus años, sino con sus alas. Me quedo con la capacidad de sentirse libre cada vez que alza el vuelo hacia aquello que le hace feliz. Y tú… tú haz lo que te dé la gana, pero si quieres saber mi opinión:
Ojalá te equivoques un montón de veces en tu vida, pero siempre aciertes en la más importante: en serte coherente. En serte fiel. Y que lo que digas, hagas y sientas vayan siempre en la misma dirección.
Esa, creo yo que es la gran receta.
La receta para no quedarte sin motivos para sonreír y, lo que es peor, sin ganas de buscarlos.
Noemí Carnicero Sans.
Me encantan sus escritos, siempre me siento identificada.
Excelente, me ha gustado mucho, de verdad
Es cierto a medidas que cumplimos años perdemos sueños, los sueños se sustituyen por realidad, por decepciones, pero siempre hay una pequeña luz, que nos dice que en algún momento asomará el niño de antaño y seremos felices. Sigue así, tus escritos transportan a un lugar mejor. !Enhorabuena!
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