Una copa de vino. La misma que roza los labios que, hace unos minutos, humedeciste tú con tus últimos besos.
Por eso, odio las despedidas.
Porque no es sólo tu presencia, sino lo que consigues hacer con ella. No es sólo por tu materia, sino porque conviertes en real todo tu potencial. Porque consigues que mi sano juicio conozca la bipolaridad que siempre acusó de insana. Porque pones de patas arriba mi mundo y me conviertes en la persona más feliz de él. Por eso, odio las despedidas.